martes, 27 de noviembre de 2012


Empecé las vacaciones. 
Empezar siempre fue algo que me dio miedo. No me gusta embarcarme en cosas nuevas, aprender a cómo ser con eso nuevo, tener que probar y equivocarse para sentirme cómoda. En realidad es la reacción al enfrentarme con eso que viene. Una vez que le tomo la mano puedo evaluar un objetivamente (o algo parecido) que tal me siento. 
Con esto parece que no quiero vacaciones. No, no es eso, ya tuve muchas vacaciones en lo que llevo de vida, y a todas les agarré la mano. Resulta que la última fue la más rara. Estuve en compañía (una compañía dudosa) que me dio y me sacó muchas cosas, entre ellas a otras compañías. Esa compañía tiene nombre y apellido, una casa, un perro, dos brazos que me sabían abrazar, un gusto musical muy distinto al mio, un poster y una remera que le regalé, miles de cartas con dos nenes sonriendo al final, una ex novia (ahora dos), una mamá que nunca conocí personalmente, una voz que todos los sábados escuchaba encantada. En fin, una compañía que tiene una vida, y que dejó a la mía con miedo a las vacaciones. ¿Cómo voy a afrontar el calor si no es en mi cama arriba de él riéndome a más no poder y puteando al ventilador? ¿Cómo me voy a ir a domír con dulces sueños si no es con su 'hasta mañana Ronga'? ¿Qué van a ser de mis viernes al mediodía si no es en Rayuela con la sonrisa más grande del mundo? Tengo miedo, tengo ganas de volver un rato atrás y recuperar todo lo bueno que supo (y quiso) darme. Si es posible, poder ponerle el STOP que se merecía a tiempo, y seguir mi vida, hasta el próximo verano. 
... todo esto por mi infantil miedo a lo nuevo.

Hizo muchas cosas que no le puedo perdonar, pero dejarme con miedo a las vacaciones creo que es la peor. 

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